Lima. Día 1.

La Coordinación perfecta con nuestras anfitrionas, y la confirmación de que el mundo es un pañuelo: uno de los restoranes mejor recomendados de Lima, el Danica (fusión italo-peruana) es de la hermana de una de ellas. Inka Cola light, un risotto de lomo saltado y un postre espectacular de queque de plátano y helado. 

La tarde con un agradable paseo por el malecón, un recorrido flash por la ciudad y una visita al IPP para chequear equipos y sala. 

La clase estuvo lenta al principio; tantos ellos como yo fuimos rompiendo el hielo de a poco (la primera parte, que iba a durar 1 hora, llegó a su final a los 30 minutos ante mi atónita mirada al reloj); pero a las 21,00 pm terminábamos un buen inicio. Poca interacción, pero buenas caras y hartos lápices anotando.

Como si no fuera suficiente por el día, la salida a comer con la waif al Huaca Pucllana estuvo simplemente impresionante: un restorán precioso, con una elegancia compartida entre la decoración, la suave iluminación y los mozos, como sacados del Café Santos de los ochenta. De marco a la comida peruana más perfecta que he probado, la huaca: una excavación arqueológica milenaria a pocos metros de donde comimos. 

La comida incluía un tour de un par de horas al lugar… lástima que el único día que cierran fue el martes.

Tres mozos atendiéndonos, el infaltable pisco sour, causas varias, una copa de chardonnay increíble (olvidé la viña, sorry) y un chupe de corvina que resultó ser una crema sabrosísima, con grandes trozos de pescado y choclo peruano.

No llegamos al postre. Con eso les digo todo. Y menos mal, la verdad: la cuenta fue mucho mayor a lo que esperábamos (215 Soles más propina, unos $40,000), pero creanme que jamás he pagado una cuenta así con una sonrisa tan grande.